lunes, 17 de octubre de 2011

Javi y Moscú



Ayer domingo recibí una visita sorprendente o, cuando menos, absolutamente inesperada. Fue la de mi ex-novio Javi que vino a interesarse por mi salud. Algunos dirán que no es tan raro que un antiguo novio vara a ver a su ex-chica porque se acaba de operar de algo muy serio, pero si digo que Javi y yo rompimos hace casi seis años, entonces la cosa cambia. De todas formas, nunca nos hemos tirado los trastos a la cabeza y durante estos años hemos mantenido una relación cordial e, incluso, hemos salido juntos en alguna ocasión formando parte de distintos grupos.
Javi y yo fuimos novios durante casi tres años y en la conversación que mantuvimos ayer, salió a relucir, en un momento dado, el viaje que hicimos juntos a Moscú. Podéis imaginar  la cara y los comentarios de mis padres cuando, con veinte años y estudiando medicina, les dije que me iba a Moscú con mi novio. Era una oportunidad  que no podía desperdiciar. Él iba enviado por su empresa y con sus dietas y algo más que pusimos de nuestros bolsillos estuvimos allí durante una semana por una cantidad bastante económica.

Moscú es, junto con Peking y Shanghai una de las tres ciudades de entre todas las que conozco que son absolutamente diferentes a como había imaginado antes de conocerlas. Se habla de París, de Londres o de Roma y más o menos te imaginas cómo son y cuando las ves te das cuenta de que lo que imaginabas es muy parecido a la realidad. Pero en Moscú no es así. Yo tenía el estereotipo de una ciudad fría y desangelada (nosotros fuimos en verano) con poca gente en las calles, pocos coches, grandes avenidas, autopistas flanqueadas por vetustos bloques de edificios de la época soviética y un ambiente gris y aburrido.
Pero me equivocaba. Por supuesto, esas avenidas y esos bloques existen pero el centro de la ciudad nunca lo había imaginado como es en realidad. Hoteles de superlujo, tiendas de superlujo y gente que, al menos en apariencia, vive en el superlujo. Calles llenas de Mercedes, Audis o BMV. La calle Arbat, preciosa y peatonal, flanqueada de tiendas, heladerías y cafeterías con sus correspondientes terrazas y puestecillos en el centro donde venden las famosas matrioshkas, iconos y otros recuerdos para los turistas.
La calle Tverskaya, la principal de Moscú, llena de tiendas, restaurantes y una increible tienda de alimentos donde piensas que debe costar dinero el solo hecho de entrar. La plaza Pushkin con uno de los restaurantes más antiguos de Rusia, el teatro Bolshoi, que estaba en obras, una ciudad llena de parques y jardines, centros comerciales subterráneos y, por supuesto, el Kremlin.
En mi ignorancia pensaba que el Kremlin lo constituían una serie de edificios donde se albergaban las dependencias del gobierno, pero en realidad es un grandísimo espacio rodeado en parte por una muralla y donde también hay varias iglesias, jardines y magníficas vistas al río. Como curiosidad, diré que en el recinto del Kremlin hay unas rayas en el suelo pintadas de blanco, como las que dividen las carreteras, pero están aleatoriamente distribuidas y, francamente, no sé para qué sirven. Están en las calzadas y en las aceras pero lo curioso es que cuando vas paseando por allí si pisas la raya o la traspasas, para criuzar la calle por ejemplo, inmediatamente oyes el silbato de un policía que con la mano te hace gestos para que vuelvas al sitio correcto. Ni idea de por qué.
Un lado de la muralla del Kremlin es la que da a la famosa Plaza Roja, bastante grande, a la que se entra y de la que se sale a través de un arco que componen varios edificios rojos, aunque a veces la policía cierra la plaza y la mantiene cerrada unas horas hasta que la vuelve a abrir. Al otro lado de la plaza está la catedral de San Basilio. En la muralla está la tumba de Lenin. Bastanta soprendente también. Hay que bajar varios tramos de escalones (por supuesto antes has tenido que dejar cámaras de video, de fotos, móviles, bolsos y todo lo que lleves en las manos). En cada tramo de escalera hay un soldado que con el dedo en la boca te conmina a que guardes silencio aunque vayas sola y no hayas abierto la boca. Por fin, al final, hay una urna de cristal, todo muy oscuro y frío y dentro de la urna está el cadáver de Lenin, si es que en realidad es Lenin y no un muñeco de cera. No te puedes parar, rodeas la urna y te vas.
Frente a la muralla de la Plaza Roja está GUM, que es un centro comercial de lujo y por todo lo alto, con tiendas, cafeterías y restaurantes, todo carísimo (Un botellín de agua mineral nos costó seis euros en 2005). Detrás del centro hay muchas calles estrechas y cuidadas por las que se puede llegar a otra zona mucho más grande y concurrida.
Moscú es una ciudad muy cara, dicen que la más cara del mundo y, sin embargo, da la impresión de que no es así; las chicas visten a la última, y todo el mundo lleva en las manos bolsas de grandes firmas (A lo mejor las llevan vacías) La verdad es que no sé cómo lo hacen. Por mi profesión pregunté a un guía lo que ganaba un médico y me respondió que entre 150 y 200 dólares al mes. ¿Cómo pueden comprar?  ¿Cómo puede haber tantos bares de música, tantas discotecas? Javi me dijo que la corrupción lo arregla todo, pero no sé.
Con corrupción o sin corrupción no todo es lujo y también hay mucha miseria. Es impresionante ver a niños  y niñas entre 8 y 14 años vivir en la calle o en las estaciones del metro, pidiendo o robando ( a nosotros nos birlaron una cámara de fotos), inhalando pegamento de bolsas de plástico, hambrientos, sucios y sin que nadie les haga el mínimo caso. Todo el mundo pasa a su lado y a nadie parece importarle. Seguramente es que no es oro todo lo que reluce.

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