martes, 7 de julio de 2020

El castigo





Durante la última semana he estado sometida a uno de los castigos más duros o más desagradables que he sufrido en mi vida de esclava. En realidad, el castigo no me lo impuso mi Ama por algún comportamiento equivocado sino otro Amo con el que, con el permiso de mi Ama, mantengo un contacto a través del correo electrónico.
El asunto fue que consideró que en uno de mis correos le había faltado al respeto, y si he de ser sincera, he de admitir que fue cierto y que tenía razón, aunque, en ningún caso, fue un acto voluntario o premeditado. En esencia, este Amo me estaba diciendo que podía ponerme en contacto con su sumisa para cambiar impresiones y yo le pedí que me diera su dirección de correo electrónico para escribirle, pero se lo pedí casi como una exigencia y sin guardar las formas que debía haber guardado.
El Amo se sintió ofendido y escribió a mi Ama para contarle lo sucedido y para solicitar un castigo como forma de resarcir los daños que le había causado. Mi Ama estuvo de acuerdo y consideró que mi actitud era merecedora del castigo, pero le dejó a él la decisión sobre el castigo a imponer.
La orden llegó enseguida. Durante una semana mi comida principal del día debía ser exclusivamente comida para perros. De esa forma y durante siete largos días he hecho mi comida principal a base de comida húmeda y seca para perros, botes de carne en todas sus variantes, galletas, huesos de jamón y hasta bolitas de pienso.
Además de eso, tuve que comer a cuatro patas, directamente con la boca, sin usar manos ni cubiertos y depositada en un cuenco en el suelo, mientras que en otro cuenco estaba el agua. Como una verdadera perra.
En un principio, me resultó asqueroso. Pero con el paso de los días, las cosas cambiaron. No voy a decir que me gustara o que dejara de tener cierta repugnancia, pero sí que, como casi todo, es una cuestión de mentalización. La carne es carne aunque sea de peor calidad, la verdura es verdura y una llega a hacerse a la idea de que no es tan malo como se pensaba, aunque sí totalmente denigrante, provocando una gran dosis de humillación.
Quiero dar las gracias al Amo que me castigó (no quiero ni puedo dar su nombre) porque me ha facilitado una nueva y excepcional experiencia, porque ha corregido mi error y porque, en definitiva, me ha hecho mejor esclava.