viernes, 26 de enero de 2018

La buena educación




Desde que era pequeña me enseñaron que cuando una persona se acerca a ti y te dice "Buenos días" o "¿Cómo estás?", lo correcto y lo educado es responderle con sus mismas palabras y decirle que estás bien o desearle unos buenos días.
De la misma forma, si sabes que un conocido, un pariente o un familiar está enfermo o ha sido operado quirúrgicamente y se encuentra, bien en el hospital o bien en su casa, es obligatorio llamar para interesarte por su estado o, incluso, presentarte en el hospital discretamente para hacerle una visita y saber cómo se encuentra.
Cuando es el santo o el cumpleaños de un amigo o de un pariente o, simplemente, de alguien a quien conoces, parece lógico que le felicites con amabilidad e interés y lo más posible es que esa persona te responda agradeciéndote tu felicitación. Lo mismo ocurre cuando es al contrario y alguien me felicita a mí.
Por poner un último ejemplo, me referiré a la Navidad en la que todo el mundo felicita a sus conocidos, a sus familiares o a sus compañeros de trabajo. Yo, que he tenido la oportunidad de vivir en el extranjero, puedo decir que en épocas navideñas recibía muchas tarjetas de felicitación de  España y mandaba otras muchas. En todos los casos, esas tarjetas eran siempre respondidas.
Hago este preámbulo tan largo para introducirme en un caso que me ha resultado especialmente triste y me gustaría saber si la mayoría de la gente piensa como yo o no es así.
Existe una persona, ahora alejada de mí, pero que en su día formó parte de mi círculo íntimo y más cercano. Luego, por circunstancias seguramente ajenas a los dos, nos fuimos alejando, pero no hasta el extremo de dejar de hablarnos de tarde en tarde. He de decir que siempre he sentido un gran respeto, una verdadera confianza y una sincera admiración por esta persona, a la que incluso, la considero un amigo, uno de mis mejores amigos.
Como vivimos en ciudades distintas, hace tiempo le escribí una carta, creo que totalmente correcta, pero en la que le criticaba una serie de decisiones que había tomado sobre una amiga mía. Y él se lo tomó muy mal, no porque me lo dijera a mí, que no me ha dicho ni pío, sino porque lo sé por terceras personas.
Pero por esa amistad y esa admiración de la que hablaba antes, esta Navidad le envié un correo para felicitarle y desearle un gran año nuevo. Una cortesía primero y una forma de intentar rebajar la tensión, después. Pero esta persona no ha tenido ni la educación ni la gentileza de responder a mi felicitación. Como otras veces, ha dado la callada por respuesta.
Quiero que sepa que no me ofende ni me humilla, solo ofende el que puede no el que quiere, pero sí me ha producido una inmensa tristeza porque no esperaba algo así. Él se describe por sí solo con su acto y a mí, ese mismo acto, me ha costado algunas lágrimas, pero no será difícil de superar. A esa persona, de pequeño, no le debieron enseñar lo que me enseñaron a mí.