Hace unos días, una esclava a la que conocí en mis primeros años de dedicación al BDSM y con la que sigo manteniendo contacto me contó un hecho que le había sucedido hacía unos días con la pretensión de que yo le diera mi opinión. El hecho es que una de las cosas que su Amo le tiene absolutamente prohibido es que encienda aparatos eléctricos, ya sea una simple estufa o un ventilador o una cocina eléctrica.
Una mañana, su Amo se dirigió a ella con expresión de máximo enfado y le espetó que había encendido una tostadora y que se la había dejado encendida toda la noche, con lo que, no sólo había desobedecido sus órdenes sino que había puesto en peligro toda la casa. Mi compañera le dijo una y otra vez que ella no había encendido el tostador, que nunca se habría atrevido a desobedecer una orden como esa. El Amo no la creyó y le impuso un durísimo castigo que no tuvo más remedio que acatar y cumplir.
Mi amiga me asegura que ella no encendió el tostador y que en la casa no vive nadie más, así que una de dos, o el tostador se encendió solo o lo encendió el Amo y no quiso reconocerlo o se le olvido que lo había encendido.
La incógnita que se presenta es sencilla de imaginar: ¿Tiene un Amo que tener siempre razón por el simple hecho de ser Amo o debe creer a su esclava cuando le dice que ella no lo ha hecho?. Es fácil imaginar que en este caso concreto el Amo ya sabía quién lo había encendido pero sucede tantas veces...
Como dijo un famoso escritor y catedrático es mejor tener la fuerza de la razón que no la razón de la fuerza. Incluso en el BDSM, añado yo.
