Hace unos días he regresado a mi mazmorra con mi Amo para proseguir nuestra relación después de varias semanas de enfermedad y, posteriormente, de convalecencia.
Y la verdad es que estoy muy contenta y deseando volver a servir a mi Amo como él se merece. Antes, también, quiero darle las gracias por la paciencia que ha tenido durante mi ausencia, por su ánimo constante y por sus deseos hacia mí.
Mi Señor ha decidido incrementar sus controles sobre mí y endurecer mi adiestramiento dentro de las normas que ambos hemos respetado desde el primer día.
En ese sentido, me gustaría señalar las reglas por las que se rige nuestra relación y mi sometimiento. No presento un documento extenso ni lo que se viene llamando un contrato sino las reglas esquemáticas a las que estoy sometida y que son, casi telegráficamente, estas:
—
Carencia de cualquier derecho, que quedan
reducidos a privilegios como el de poder trabajar libremente y el de
relacionarme con la familia
—
Carencia de toda intimidad, tanto física como
mental
—
Carencia de toda privacidad
—
Carencia de todo poder de decisión. Mi Amo
decidirá por mí y tendré que pedir autorización para cualquier cosa.
—
Control total sobre mi sexualidad
—
Control total sobre mis gastos.
—
Control total sobre vestuario, comidas, etc.
—
Control sobre mi cuerpo y mi mente.
—
Obligación de obedecer cualquier orden siempre
que no contravenga algún límite.
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