Hace unos días mi Amo tuvo que hacer un viaje de carácter personal y estuvo navegando por el mar Mediterráneo sin posibilidad de relacionarse con su esclava. Únicamente, en dos ocasiones, pudo mandarme brevísimos correos para notificarme que estaba bien y que pensaba en mí.
Es extraña la sensación de soledad que sentí durante esos días. Fue algo que nunca había sentido antes.
Naturalmente, estuve trabajando como lo hago de forma habitual, me relacioné con mis compañeros y compañeras de trabajo, con mis jefes, fui a ver a mis padres, a los que no visitaba desde hacía más de dos semanas y cumplí todas las normas y todas las reglas que tengo establecidas. Pero me sentí profundamente sola. No únicamente sola sino también desamparada. Sin saber qué hacer y sin saber qué decidir, como pasar los tiempos muertos de esos días.
Ahora, una vez que la situación se ha normalizado, me pregunto hasta dónde he llegado como esclava para haberme sentido así y, sobre todo, me pregunto también si tal grado de dependencia, algo que nunca había considerado, es normal para una esclava en un caso como el que cuento.