Hoy me gustaría compartir una reflexión que, tal vez, sea demasiado íntima para poner aquí, pero sobre la que llevo pensando desde hace tiempo. Como seguramente saben muchos de los que leen este blog, tengo la mala fortuna de que, por tener una profesión que realmente adoro, veo morir a mucha gente. Casi todo el mundo ha visto morir a alguien, lo sé. Pero, tal vez, yo lo vea desde un punto de vista diferente. Al menos, desde que empecé a pensar en ello.
Normalmente paso muchas horas con enfermos y un gran número de ellos son enfermos terminales. Muchas veces los estoy mirando o los estoy atendiendo porque han tenido una emergencia o porque su estado es tan caótico que requieren una atención inmediata y de pronto me doy cuenta de que se han ido. Normalmente, te das cuenta unos segundos antes, un mínimo y casi imperceptible cambio en la respiración o en la expresión del rostro te indica que ya no puedes hacer nada más. Un instante después, el corazón se para pero aunque parezca extraño, todavía no ha muerto. En ciertos casos es posible una reanimación. Su corazón no late pero su cerebro sigue funcionando. Tal vez es en ese momento cuando ocurre el famoso episodio del túnel y el resplandol al final de él. No lo sé y tampoco creo que sea muy importante.
Luego, y sobre todo cuando estoy viendo un encefalograma observas que la actividad cerebral se detiene. Esa es la muerte y ya no hay posibilidad de regresar.
Ahí empieza mi reflexión ¿Qué sentirá? No qué sentirá un minuto antes o unos segundos antes o, ni siquiera un segundo antes. Me pregunto que sentirá durante ese milisegundo que separa la vida de la muerte. ¿Cómo será? Está vivo, está muerto. No da tiempo ni a decirlo. ¿Qué habrá sentido?
Perdonadme por haber pensado en voz alta
En el foro aparezco con mi actual nombre, con el que ha tenido a bien ponerme mi nuevo Amo, así que esa soy yo.
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